La boda de Marió y Pepe en Las Jarillas
«Pepe cuenta que, desde el primer día que quedamos, ya sabía que se quería casar conmigo», me asegura Marió, esta novia que me ha hecho llegar Lucía de Pelillos de Ratón. Se conocieron durante el verano de 2018 porque «nos presentaron dos de nuestros mejores amigos, Blanca y Jorge, en la discoteca Green de Madrid». El día que Pepe cumplió 27 años fueron a El Pardo, «nos sentamos en un banco debajo de una secuoya y me regaló un anillo que compró gracias a Paloma Richi, de Pujar con Arte.»
Se casaron el pasado mes de septiembre en Madrid y del maquillaje de la novia se encargó Raquel Serrano de Bobbi Brown, «lo clavó, es una auténtica crack«. Y, su prima Sofi Look, del peinado, le hizo un recogido con un efecto natural muy elaborado. «Suelo llevar coleta y creo que, en determinados momentos, tienes que ser fiel a tu imagen e innovar lo justo», asegura.
Los zapatos fueron un regalo de los padres de una de las mejores amigas de la novia. «Quisieron que fuera mi gran capricho y pudiera ponérmelos más veces». Marió se decidió por un modelo de Bottega Veneta.
Marió estuvo en una de las pruebas del vestido de novia de su cuñada Victoria, fundadora de Luneville, boda que publiqué el año pasado, en el atelier de Manuel de Vivar y quedó maravillada. «Por su forma de trabajar el vestido, sin patrones; dándole absoluto protagonismo a la tela sobre el cuerpo como si esculpiera el pliegue y la costura que tendría». Poco tiempo después, «me encontraba ahí, con poca idea en la cabeza más que ponerme en sus manos utilizando un dosel de cama en tul plisado antiguo que me ha acompañado desde que era una niña», me explica la novia.
Entre las inspiraciones del diseñador, estaba el Delphos de Fortuny para que el vestido envolviese a la novia mientras hacía efecto de cola. La segunda vez que se vieron, el diseñador sugirió que el vestido quedase bajo una tela de tul semitransparente usando como encaje unas cortinas que tenían más de cien años, «creó de la nada un vestido con alfileres que tenía un movimiento fluido al andar».
El diseño cambió mucho en un año, el reto principal era reconstruir el encaje en un vestido como una pieza única continua de hombros a suelo. Las flores se cosieron a mano y, para contrastar el aspecto romántico, añadieron a la falda y a las mangas quillas en seda plisada. En los puños, marcaron las flores del encaje hecho a mano por Victoria de Luneville. «Las flores tenía siete pistilos porque Victoria y Pepe son seis hermanos y, a partir de ese día, sería como una más», cuenta Marió.
Marió llevó el anillo de pedida de Molina Cuevas que le regalaron los padres de Pepe. Y, además, unos pendientes de Joyería Cadendo, el taller de joyas artesanal de Club Cadendo, diseñados también por Manuel Vivar, su fundador, a juego con su anillo de compromiso estilo vintage.
La pieza de dosel con la que Marió entró a la iglesia, se hizo con otro bordado de Luneville con cristales vintage para marcar el talle sobre el tejido y el contorno del escote que se levantaba ligeramente a modo de cola.
El chaqué del novio estaba hecho a medida en Bon Vivant. «Alfonso captó desde el primer momento lo que quería y le ayudó mucho en la elección». Los gemelos de Pepe eran un regalo de su abuelo Sebastián y el reloj Tag Heuer Carrera, fue el regalo de pedida de los padres de Marió. La corbata se la regaló su padre y era la misma que utilizó en la boda de su hermana Victoria.
La novia es la pequeña de una familia numerosa y llevó a sus doce sobrinos como pajes. «El mayor, Lucas, mi ahijado, fue el encargado de llevar las alianzas junto con Mateo que llevaba las arras».
Iban vestidos con camisas de lino blanco de Labubé, faldas y pantalones de lino beige comprado en Casa Silverio que ella misma confeccionó y alpargatas verdes de Calzados Lobo. También llevaban capotas de Masario montadas con un lazo de gros-grain verde inglés de Pontejos.
La ceremonia religiosa tuvo lugar en la Parroquia Santa Teresa y Santa Isabel. Acababan de restaurarla por dentro y eso «fue lo que terminó por convencernos» confiesa Marió. Contaron con el coro del Espíritu Santo para la música: Pepe entró con la Cantata 147 y Marió con el Ave María de Schubert.
El ramo de flores estaba compuesto por algunos cardos juntados con una medalla de La Milagrosa. El número de cardos era el mismo que de testigos a los que luego repartió el ramo.
Continuaron la celebración en la finca Las Jarillas, una finca que me encanta al norte de Madrid.
Ofrecieron un cóctel largo y después una cena sentados del catering La Cococha. «Se adecuó perfectamente a lo que nosotros queríamos: una boda más distendida y divertida». La cena fue al aire libre con las mesas iluminadas y decoradas por Inés Urquijo. Egersis se encargó de la papelería de la boda. Diseñaron la etiqueta del vino con una composición hecha por Marió de uvas rodeando las iniciales de los novios en un papel de pegatina adhesiva.
Abrieron el baile con la canción Runaround Sue en el invernadero de cristal. Después, unos amigos de Pepe les regalaron un grupo de flamenco que animó la velada sacando a bailar a todos los invitados. De la música se encargó Dándote Ritmo, «consiguieron crear un ambiente único para que todos nuestros invitados disfrutaran».
Todas las fotos son de Lucía Alonso de Pelillos de Ratón. «Lo que más nos gusta de Lucía es su capacidad para captar todos los detalles, desde un abrazo hasta los pendientes de alguna amiga nuestra. Además, nos lo puso facilísimo desde el primer momento y nos ayudó en todo el proceso. Una verdadera artista», confiesa la novia. El vídeo es de Ocho/Veinticuatro.
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