No les gustan las bodas
A Fonsi no le gustan las bodas. Cuando el tema empieza a asomarse en una conversación con su grupo de amigos, se levanta y se va con cualquier excusa entre aplausos y risas. Cris no para de resoplar porque el sábado 26 tiene una. Pablo es de las cosas que más detesta –junto a que le canten, delante de mucha gente, Cumpleaños Feliz–, y el post «Y que no le gusten las bodas» fue el más visto del año pasado. ¿Está de moda odiar las bodas?
Yo reconozco estar, en parte, saturada. Siete años (desde el día 6 de junio de 2008) escribiendo sobre ello es un buen motivo. El empacho de blogs, pop ups y cuentas de Instagram repletas de pastel de bodas (en el peor sentido de la palabra) puede ser otro…pero reconozco que, a pesar del exceso, me sigue gustando asistir a una boda.
Los que las odian debe ser que nunca han recibido el mensaje a la desesperada de una amiga cinco minutos antes de empiece la ceremonia con un: «llévame gomas, soy la salchicha peleona, te juro que me han dejado el pelo como un caniche. No te rías cuando me veas»; No han debido estar en una iglesia abarrotada de pie y su amigo de toda la vida se ha levantado para dejarle su sitio, ni se han encontrado sujetándole la cola del vestido de novia a una amiga en el cuarto de baño llorando de la risa. No han debido ver a mi amiga Carolina ponerse de parto en segunda fila de una iglesia mientras su marido en el altar, sentado con los testigos, no se enteraba de nada. Ni han debido emocionarse nunca con una poesía muy significativa en la homilía o bailando la Marcha Radetzky con los Navasqüés.
No les deben gustar porque no son de mi equipo de las bodas, del de «Yago tu ve a por sushi, Burgui tu mojitos, nos vemos en la sombra aquella». Porque no tienen tías cotillas cuchicheando y pidiendo referencias de ‘todo hijo de vecino’ a las que escandalizar, ni han escuchado a Nico contar la historia de la cabecera gay o han visto a 300 personas jalear a mi amiga Marti para que hiciera el baile de la peonza. Debe ser que no hacen el gesto de «paso de cebarme» que hago yo a mi amiga Ana al principio de cada cóctel (mientras comemos crudités) y luego al final, a dos carrillos, han dicho: «que rica la tarta ¿repetimos? ¡a la mierda la dieta!», como hacemos habitualmente.
Debe ser que no han ligado en una boda sabiendo que ‘de una boda nunca sale otra boda’. No han acabado en Snobissimo con tocado, ni han terminado llorando abrazada a sus amigos de toda la vida cantando «siempre hay por que vivir por qué luchar» de Julio Iglesias. Quizás no han visto a su hermana del alma bailar más guapa que nunca. No han cantado villancicos del colegio, que casi ni recordaban, en un fotomatón a las 7 de la mañana para los novios. No les ha debido tocar nunca en la mesa de los solteros guapos, ni se han reencontrado con un viejo amor en una de ellas (o en varias). No han debido de tener al nuevo novio de una amiga en una mesa de veteranos sometido a un quinto grado, ni han visto al marido de mi amiga Carmen hacer sus bailes o han montándose en un autobús amenizado (o dirigido) por Pepe.
Deben odiarlas porque no han seguido a Mickey Pavón tocando los timbales como si les guiará el demonio o han sustituido el vals por la primera copa de la barra libre. Porque no han terminado en las fiestas del pueblo montando en los coches de choque, con el que llevaba desde las 12 de la mañana diciendo «aviso, hay fiestas en el pueblo». Porque no han desayunado en ese hotel de Soria con todo el restaurante jaleando a alguien, ni han acabado en El Brillante manchándose el vestido con un bocadillo de calamares.
Porque no han ido a las bodas adecuadas, con la gente adecuada, ni la actitud adecuada. Porque una boda puede ser un «yo más» ridículo y forzado, pero para mí, es siempre un evento con muchas posibilidades para ser extraordinario. Por eso, lo que se necesita para que te gusten las bodas, es celebrarlas con la gente que quieres y ahorrarte los compromisos.
Si tus amigos son de casar, disfruta de las primeras y sienta bien las bases para las que estarán por venir. Y no odies las bodas que te pones muy feo.