La boda de Cristina y Jaime en Cádiz
El día antes de la boda, celebraron una preboda en las Bodegas Lustau y Cristina llevó un vestido de 1930 que compró «en un arrebato de locura por Instagram a una señora de California. Menos mal que me llegó».
Jaime, el novio, era compañero de universidad de las amigas de Cristina. Un verano, «quedé a cenar con un par de ellas en el único sitio disponible esa noche en Comillas, el Hostal Esmeralda. Iba a ser una cena tranquila de tres amigas y cuando llegué me encontré con Jaime y dos más, cada cual más guapo y más simpático». La novia recuerda esa noche como la más divertida y » aunque a Jaime le moleste, yo no me fijé en él, pero él conmigo ¡flechazo! y cuando terminó la cena le dijo a sus amigos algo así como “me la pido!!” y hasta hoy, ¡felices!».
Al día siguiente, para la boda, Cristina se maquilló y peinó con Mercedes, de Bobby Brown y Manolo Gutiérrez, respectivamente. «Manolo es un coach de novias total, ¡te vienes arriba en cuanto entra por la puerta! Tanto el día de la boda como en las pruebas de peinado, como mi hermana, mi madre y yo estábamos un poco tensas nos preparó un gintonic a cada una», recuerda la novia.
Como joyas, llevó unos pendientes muy sencillos que le presto su tía Nena; el anillo de pedida que «se sale un poco de lo habitual, pero los padres de Jaime sabían que yo quería algo muy sencillo para poder llevar cada día». El novio participó en el diseño y quiso que fuera un rubí porque es la piedra que asocia a Cristina. Pero lo más llamativo y especial era la diadema traída por su bisabuelo de Francia y que han llevado antes la madre y la hermana de la novia. «Es súper sutil y muy delicada».
«Como dice mi amiga Cata llevo con el vestido de novia en la maleta desde los 3 años porque siempre he soñando con él», cuenta Cristina que tenía muchas ideas en mente. «Me encanta el tul, su movimiento, lo sutil, la trasparencia y lo necesitaba sí o sí. Pero también quería poder moverme bien y tener una parte algo más sexi que sabía que a Jaime le iba a gustar». Fernando Claro diseñó un traje de crepe muy clásico, sencillo y ajustado para el baile y una falda de tul para la boda y la cena.
Mahiki hizo un cinturón cosido a mano que iba sobre la falda. «Era muy especial, igual que las diademas de las niñas, con alambre, paniculata pintada y trozos de tul. Súper romántico para darle un toque diferente y quedaba perfecto con la diadema que era mi punto de inspiración para todo», recuerda la novia.
«El ramo era muy, muy especial para mí», asegura Cristina. Lo hizo Carla Díez, tía de la novia que también se encargó de los de las niñas que llevaban la cola. Cristina colgó del ramo una medalla de la Virgen del Rocío, regalo de su amiga Luz. «Era muy importante para mí porque me recuerda muchas cosas buenas y a dos personas muy especiales que ya no están conmigo».
La ceremonia fue en Real Iglesia de San Dionisio (Jerez) que «no es la más espectacular, pero está en una plaza tan mona y tan propia de Jerez, que nos conquistó a todos». Cristina tenía claro que quería casarse allí al igual que sus padres. Contaron con un coro de Jerez durante la misa.
Jaime, el novio, llevaba un chaqué a medida hecho por Antonio, el sastre de su padre. La corbata era de Lester y los gemelos, muy especiales para él, regalo de su abuela.
Gloria, de Rivolta Crayon, es amiga de la novia y se encargó de hacer los misales y los menús para la cena. «Dibujó cada una Virgencita en cada misal. Yo no quería el típico con la foto de la Iglesia, pero la misa era, evidentemente, lo más importante para nosotros».
Las sobrinas de los novios iban con unos vestidos hechos siguiendo la línea romántica de la boda. «En plan Orgullo y Prejuicio, con la manguita farol y lazos». También llevaban las diademas hechas por Mahiki con alambre, flor seca pintada y tul, igual que el adorno de la falda de Cristina.
La celebración fue en el Castillo de San Marcos, en el Puerto de Santa María porque los novios tienen una vinculación especial con este sitio y, además, los abuelos de Cristina se casaron allí. Es un emplazamiento único con más de 800 años de historia ya que el rey Alfonso X mandó construir la fortaleza sobre una antigua mezquita árabe a orillas del Guadalete.
La cena la sirvió el catering Alda y Terry, «de lo más comentado de nuestra boda por el trato tan amable y educado de los niños que servían que, además iban todos iguales con unos uniformes ideales», recuerda Cristina.
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La temática principal fue el vino de la zona y Maca Goytre pintó 40 acuarelas para los meseros. Siguiendo el mismo hilo conductor, en el aperitivo hubo un puesto de Vermut Lustau y otro de cocteles hechos con vinos de Jerez. Y, en la cena, no solo se servio vino blanco y tinto sino también fino de El Puerto y amontillado, ambos de Lustau.
Staff Sound puso la música durante la fiesta y, antes, Voces de la Ina que «no es un flamenco al uso y levantan lo que sea. Todos salimos al escenario a cantar».
Las fotos son de Liven Photography.
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