La boda de María y Daniel en Asturias
Daniel, nacido en París, de familia portuguesa y María, asturiana, se conocieron hace unos años en Inditex, La Coruña, diseñando para Zara. Desde 2014 viven en Shanghai y en sus planes no entraba casarse de forma tradicional. Sin embargo, la historia cambió: «ese mismo julio teníamos planeado un viaje a Roma para ir a una boda. Allí fue donde Daniel decidió hacerme una propuesta que iba contra todos los pronósticos», explica María.
«Parecía no haber opción, mis hermanos me convencieron de que había que organizar una fiesta, así que deshaciéndome de la palabra boda, decidí bautizar nuestra fiesta como “evento” y empezamos a organizarla para el mes de diciembre en Asturias. Nos fuimos al restaurante Real Balneario, un lugar sencillo pero icónico, distinguido con una estrella Michelín, y con las ideales vistas al mar y a la playa de Salinas donde tantas horas he pasado. A mí no me apetecía una iglesia sino un acantilado en la playa y elegimos “La Peñona”.
La historia del vestido de novia es maravillosa. «Recordé un Valentino que había visto dos veranos atrás en L.A. Ambos intentamos localizarlo y aprovechamos un viaje de Daniel a la misma tienda de Los Ángeles y yo uno a Milán. Allí me encontré otro que, aunque no tenía nada que ver, era aún más ‘yo’. Daniel, a miles de kilómetros de distancia, L.A., me envió una foto a Italia que resultó ser el mismo que yo me había probado en Milán. No había dudas, ¡era total compenetración! A la vuelta a Europa nos pasamos por Milán, me lo probé con él y cerramos capítulo. Sí, imposible tener secretos de look entre nosotros», se rie la novia.
Contradictoriamente no hubo coche para los novios porque se prepararon en El Alamar, a pocos pasos de distancia de la ceremonia. El sitio hizo las veces de alojamiento y punto de encuentro pre y post-ceremonia.
«Otra ausencia fue el ramo pues prefería pecar de minimalista que de lo contrario».
«El bello Principado nos regaló el día invernal más atípico que logro recordar en mi tierra, veinte grados a las 17.30 horas, una luz de foto #instagrammable #sinfiltros», recuerda la novia. «Siendo ambos de diferentes orígenes y habiendo estudiado en distintos países hubiera sido muy fácil caer en la masificación así que invitamos a cincuenta y pico personas que nos acompañaron a ritmo de violines de un cuarteto en el acantilado La Peñona, un grupo tan cercano para ser capaces de dedicar a todos y cada uno un ratito de la noche, para que ellos se sintieran especiales y también protagonistas».
La decoración, fue el punto que causó más de un dolor de cabeza. Nadie entendía el porqué de tanta sencillez. Mesa larga, candelabros (de Virgina Abreu), rosas blancas, velas para dar calidez al mes de diciembre. De la iluminación y montaje se encargó Global Rent.
Como detalle con los invitados, bordaron a mano en las servilletas sus nombres. «No queríamos recuerdos materiales, de aquellos que te sientes forzado a guardar, y acaban por almacenarse en un cajón que nunca abres; sino dejar buen sabor de boca. El menú y bebidas hacían un guiño a ambas culturas: vino de Oporto de más de cuarenta años, otros de una bodega pequeñita del Douro y nuestro champagne favorito. Me atrevería a decir que la sobriedad fue una de las notas que marcaron el día», recuerda María.
En contraposición a esto, hubo un gran derroche de alegría y ganas de diversión al ritmo de jazz, que tocaron en directos, seguidos por una fantástica pareja de dj’s, Min & Wolf, que les acompañó hasta el amanecer. «La impresión fue la de una velada que se pasó en un abrir y cerrar de ojos».
Los novios agradecen mucho a Pablo, hermano de la novia y la persona más cercana a ambos, su ayuda. «Él fue el artífice de muchos toques y me puso en contacto con la magnífica fotógrafa Cecilia Alvarez-Hevia –dado que yo era reacia a filmar o retratar ningún momento–. Ella hizo que todo fuese muy natural».