Casilda se casa

La boda de Paula y José en Pontevedra

Se conocieron hace cuatro años y medio en la playa de Patos. Ella se apuntó a clases de surf; él era su monitor. «Al principio no nos caímos bien, pero poco a poco empezamos a disfrutar de nuestras conversaciones y a coincidir fuera de las clases. Mis amigas no entendían cómo viajaba tanto por él… hasta que lo conocieron y lo entendieron todo»

«Del maquillaje se encargó Moi de The Bride Archive, que conozco desde hace años. Recuerdo cuando nos hacía las mechas en mi casa mientras tomábamos un vino. Siempre le dije que quería que me peinase y maquillase el día que me casara con el surfeiro y así fue».

«Descubrí On Atlas en Instagram; al conocer a María, todo tuvo sentido. Desde el principio hubo magia: probamos diferentes formas de poner unos paños de encaje y un algodón antiguo hasta dar con un top y falda perfectos. Dos semanas antes, en Copenhague, encontré una pinza vintage que María decoró con cristales antiguos para el look de fiesta. Mi “algo azul” fue el nombre de mi abuela bordado en el interior».

«En Milán encontré unos pendientes de Chanel y un collar roto de perlas que convertimos en cinturón para dar volumen al top. Imaginábamos la boda como un día familiar y natural, con risas, comida y baile, y María preparó un poncho de seda para las últimas horas cuando empezó a caer el rocío».

«Llevé el anillo de pedida, un ojo de perdiz de zafiro que José eligió para que siempre viera el mar, y una alianza de brillantes a juego. Pero la joya más especial para mí fue un camafeo de mi bisabuela (1913), que mi abuela me regaló por mi 30 cumpleaños antes de fallecer. Quería sentir siempre cerca a mis abuelos».

Para los zapatos llevó algo desenfadado que desarreglase el traje. «Me puse unas sandalias de atar de Ancient Greek Sandals: naturales para la ceremonia y metalizadas para el baile».

«José y yo solíamos tomarnos una Estrella Galicia y unas aceitunas tras surfear, disfrutando del atardecer en la playa. Por eso elegí un ramo de olivo con aceitunas, al que colgué dos medallas de regalo de mis amigas y un amuleto de Sargadelos de unos amigos. José llevaba el mismo cosido en su chaqué: un cornamán para proteger nuestro amor».

Les llevó varios días encontrar La Iglesia de San Salvador de Saiáns (Moraña): «Desde lejos nos encantó y al acercarnos en coche compartimos miradas cómplices. Nuestros invitados subieron por la escalinata de piedra en forma de V, cubierta de musgo y de hiedra, al ritmo de los gaiteiros. Para la salida, usamos la Vespa antigua de mi padre, restaurada por mi madre para su 50 cumpleaños».

«Para la entrada de la iglesia escogimos 12 gaiteiros muy acordes a la zona rural gallega en la que nos casamos, y para la ceremonia una composición de chelo, oboe, violín y una voz».

La celebración fue en el Pazo Casalnovo: «Sus jardines nos recordaban a la Provenza francesa y encajaban con nuestro estilo desenfadado. Cambiamos la entrada para que los invitados disfrutaran primero de los viñedos, la galería y el huerto. Decoramos el pazo con candelabros antiguos comprados en mercadillos durante el año en Oporto, jarrones de plata de mi abuela y candelabros de mi bisabuela. Las mesas tenían jarrones de ramas de olivo de 1 a 2 metros, mezcladas con amaranto, evocando los olivos de la Iglesia y del pazo, junto con mi ramo».

«José llevó un chaqué azul marino con chaleco verde hecho a medida en J.J. Boullosa, sastre histórico de Pontevedra. Para recordar a sus abuelos, eligió un reloj Omega Constellation de los años 50 de su abuelo materno y gemelos de oro blanco y amarillo de su abuelo paterno».

«Para el cóctel, Los Tonikash, un grupo con aire country, que ambientó la velada, saliéndose un poco de las típicas canciones de cóctel. Nos encantó que llevasen armónicas».

«El catering del pazo nos sorprendió gratamente a nosotros y a los invitados. Añadimos una mesa de gildas, encurtidos y patatas Bonilla con un tirador de vermú, y como en toda boda gallega, no faltó la pulpeira y jamón ibérico de bellota de la familia de José. Algunas mesas tenían manteles antiguos con encaje, en guiño a mi vestido».

«Las servilletas estaban puestas de una forma muy especial: en casa de mis padres, cada uno tiene su manera de anudarla así que en la boda lo hicimos igual».

«De nuestras invitaciones destaco el dibujo del pazo y la iglesia en los sobres. Dentro, una tarjeta nos representaba a José con su tabla de surf y a mí paseando a nuestra perrita Duna, que queríamos que formara parte de la boda».

El baile de los novios fue en el patio de piedra de entrada del pazo, donde está el campanario. «Para ello escogimos la canción de Contigo de Sabina. Fue precioso porque fue un momento único de desconexión en el que solo estábamos José y yo. Luego se unieron nuestros amigos y familia al baile y lo hicieron todavía más único. De fondo se escuchaba la campana del campanario».

«El Dj fue Javi Méndez, que fue puro espectáculo, haciendo bailar desde el más pequeño hasta el más mayor. Monta unos auténticos fiestones, tanto por su música como por su puesta en escena (plataforma, pantallas, megatrón, palos led, etc). Todo un acierto».

«Llega un momento, cuando decides casarte, que te vuelves loco buscando fotógrafos, hay tanta oferta. Yo creo que no sabes si has decido bien hasta que ves las fotos de tu boda, pero nos encantó Lorena Oliver, por ser un aire fresco».