Casilda se casa

Para qué sirve una hermana

(Este es un post que escribí el pasado diciembre de 2013 en el blog My Little Pleaschhures. Hace nada más y nada menos que cinco años. Lo recupero porque sigo pensando exactamente lo mismo)

Una hermana sirve para que escuches lo que nadie se atreve a decirte. Para que aprendas a debatir entrenándote, por ejemplo, en discusiones por usar el coche paterno. Para acompañarte de compras el día más frío del año y hacer colas enormes para que tú sigas probándote ‘vestidos de Fin de Año’. Para compararte en lo bueno y también en lo malo. Para que ejercites tu paciencia cuando vuelve a desordenar el armario. Para recordarte cómo fuiste a su edad o para hacerte una idea de cómo quieres ser a la suya. Para dejarte ropa. Para pedirte pitis. Para echarte en cara cosas tontas y criticarte donde más duele cuando menos te lo esperas. Para animarte un domingo pocho compartiendo Solo en Casa con palomitas.

Una hermana sirve para enseñarte novedades que no conocías en el móvil y hacerte sentir vieja. Para vacilarte por WhatsApp. Para hacer que un plan de hospital sea más llevadero. Para presentarte a los amigos de su novio. Para pedirte dinero. Para dejarte dinero. Para quedarse los regalos que a ti no te gustan. Para acompañarte a Ikea cuando nadie quiere. Para inventaros juntas canciones sobre algún familiar (‘si estás alterada tómate una valeriana’). Para robarte un trozo de tarta que habías cocinado toda la tarde para llevar a un cumpleaños. Para que te de pena irte de casa. Para que te regale algo porque te pega todo. Para llamarte pringada y que te lo creas. Para guiñarte un ojo en situaciones familiares embarazosas. Para decirte que vas vestida como una golfa y días después copiarte el look.  Para cantar en el coche sin que te de vergüenza. Para que tus amigos se den cuenta de lo mayores que son “¿Tu hermana se ha ido de Erasmus? pero si hace dos días iba a preescolar”. Para hacer bromas de la familia común donde os ha tocado nacer. Para criticar a los novios que tengas y luego acabar queriéndolos más que tú. Para ponerte motes. Para que vuelvas a leerte un libro de Celia si es más pequeña. Para entrenarte para cuando tengas hijos.

Para tomarle el pelo diciéndole que es adoptada y la encontraron en el cubo de basura. Para ver a tus padres hacer de padres como un espectador. Para defenderte delante de tus padres. Para acusarte delante de tus padres. Para quemar nubes con un mechero a escondidas. Para tener conversaciones extrañas en la cocina a medianoche. Para que pierdas la vergüenza contando cosas patéticas que te han pasado, hablando de litera a litera. Para que te cuente anécdotas de los profesores del colegio y ver que ninguno ha cambiado. Para sacarte de quicio y volver a sentir esa rabia típica de hermanas: “Te mataría”. Para conducir con alguien la primera semana de carné cuando tu madre aún te teme y tu padre se pone nervioso. Para consolarte sin hacer muchas preguntas sobre lo que ha pasado. Para que te reafirmes en tu idea de que Pablo Alborán es una pesadilla. Para que ejercites tu creatividad ideando mil formas de derribar una puerta cuando se cuela en el baño con este susodicho a todo volumen. Para darte cuenta de que la vida no hubiera sido igual de divertida si no hubiera nacido. Para todo.

(Dedicado a mis cuatro hermanas Carmen, Blanca, Paloma y Lucía. Las únicas que leen mis post y me dicen si lo que he escrito es una tontería).