La boda de Natalia y Gonzalo en A Coruña
Natalia es arquitecta y conoció a Gonzalo hace diez años, en la biblioteca del Teatro Rosalía de Castro cuando ambos estudiaban sus respectivas carreras: ella arquitectura y él derecho. Para celebrar su décimo aniversario, el verano pasado fueron a Carril, donde el novio llevaba veraneando toda la vida. Gonzalo le pidió a Natalia que se casara con él con el anillo de su madre, Pika. «Fue un día perfecto y muy emotivo», me cuenta la novia.
«Desde pequeña me encantan los sombreros, ¡tengo muchísimos! Es un complemento que uso habitualmente y me define mucho». Es un diseño de Nina Ricci con líneas limpias y «alma de arquitecto» me explica.
El sombrero era el origen del velo, confeccionado con muselina de seda y de corte rasgado, que nace del interior y cae hacia los lados.
Para el pelo se decantó por un moño de bailarina del que se encargó Ángeles de Peluquería A.C. Además, confió en Carmen Porteiro, íntima amiga suya de toda la vida, para su maquillaje.
Sus pendientes eran un regalo de su familia, de oro y diamantes de la Joyería Wildenmann. Natalia llevaba puestos tres anillos; el de Pika, la madre de Gonzalo en una mano y en la otra dos que pertenecían a su madre, Carmen: «el primero que le regaló mi padre y el que le regaló cuando nací yo», me explica.
Su traje era un dos piezas muy especial que comenzó a diseñar una vez tuvo el sombrero. Natalia me cuenta que había llevado vestidos diseñados por ella misma a todas las bodas de sus amigos «así que en mi boda no podría ser de otra manera».
Se trataba de un pantalón de crepe de seda de cintura alta y pierna ancha. La segunda parte que completaba su traje era un vestido minimalista ataviado con crepe de seda y muselina de seda superpuestas que no llegaban a unirse en ningún momento, permitiendo el libre movimiento de cada uno. Fue «confeccionado por nuestra modista de confianza de toda la vida» recuerda la novia.
Las sandalias que llevaba eran de Jimmy Choo.
Además del diseño de su vestido de novia, Natalia se encargó de toda la papelería de la boda. Buscaba «la recuperación de los métodos artesanales». Las invitaciones, en concreto, eran «un todo compuesto por distintos objetos que crean un conjunto y significado».
El ramo era una sola peonia blanca con tallo largo que le regaló su florista de toda la vida, Marga de Madreselva. Se encargó también de toda la decoración floral de la boda.
Gonzalo, el novio, llevaba una levita y pantalón clásico de In&Formal y un chaleco de lino gris de la misma firma: tenía gran valor sentimental porque se lo regaló su madre. La camisa que llevaba, también de In&Formal, era de raya blanca y un azul muy claro; regalo de su suegra. Además, la madre de la novia también le regaló unos gemelos Thomas Knauf de la Joyería Wildenmann. La corbata era de Hackett y los tirantes y calcetines de Scalpers. Por último, llevaba un pañuelo blanco con las inciales bordadas y el reloj de pedida que le regaló Natalia.
La ceremonia religiosa tuvo lugar en la Iglesia de Santiago, la más antigua de la ciudad, y «fue muy emotiva porque nuestros amigos, como sorpresa, nos habían pedido la bendición del Papa» me explica. Un detalle precioso. Su amiga Cris, de Sansoeurs, les regaló las alianzas.
Como no querían «enmascarar su arquitectura con decoración» el único diseño floral que había era un centro frente al altar con flores silvestres blancas y verdes.
Contaron con el coro juvenil Cantabile y en los asientos de cada invitado dejaron un recordatorio en el que se aprecia la planta arquitectónica de la iglesia y una escultura que se hallaba en su entrada del apóstol Santiago.
La celebración posterior se organizó en el invernadero del Pazo de Sergude. «Dos días antes de la boda tuvimos que reubicar todo en el invernadero, que es maravilloso, ya que permite que el bosque entre en el interior y alquilar unas carpas para el aperitivo en el bosque porque llovió». El catering lo sirvió Boketé y consistió en un aperitivo largo que luego dio pie a un plato sentados y el postre. «¡Todo estaba riquísimo!», apunta la novia.
Natalia me cuenta que tenía pensado que las mesas parecieran una «tradicional mesa familiar de domingo en el bosque» en la que la naturaleza cobra protagonismo y el entorno de frondosos árboles lo convierte en «el enclave perfecto». Alquilaron la vajilla y cristalería a Iria Casteleiro de Integra. Los arreglos florales en las mesas eran minimalistas de inspiración silvestre. Natalia los describe «como los arreglos de la mesa de casa un día que sales al jardín y a la huerta». Los meseros fueron los árboles de Alexandre Hollan.
En lugar de dar el ramo, dejaron en el sitio de la madre de Natalia y de su cuñada Susana, que fue la madrina, una carta dedicada acompañada de una flor. Como detalle para los invitados crearon un mosaico de polaroids tomadas por Susana Díaz Otero, hermana del novio y fotógrafa, acompañadas de un texto.
Para la música durante el aperitivo contaron con Adrian Timms. Después de la comida tocó el grupo Los Players. Y por último, para la fiesta, contaron con Óscar Moro, el DJ del Playa Club. «El playa es sin duda nuestro lugar de referencia cuando salíamos de fiesta con nuestros amigos. Allí pasamos largas noches hasta el amanecer, delante de la playa, escuchando la mejor música. La intención era trasladarnos a esos años.»
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