La boda de Emilia y Antonio en Granada
Emilia y Antonio se conocen desde el instituto, «todavía me recuerda que le dije que no quería salir con él». Pero en el 2005, ambos se fueron de Erasmus, ella a Italia y él a Finlandia. «Cambié el estado de Messenger, como se hacía antaño, y él me escribió diciendo que también se iba a Parma y buscaba compañero de piso. Era mentira, claro, y así empezamos, un año separados, otro juntos, otro separados (se fue a vivir a Oporto) hasta que conseguí convencerle para que trabajara en la plantilla de mi farmacia», cuenta la novia. En noviembre, después de 8 años en Madrid, se volvieron a vivir a Granada, donde se han casado.
Antes de casarte, piensas en millones de vestidos que serían perfectos para ti, hasta que llega el momento de la verdad. Eso mismo le ocurrió a Emilia que no sabía qué estilo elegir y decidió ir a ver a Laura Ponte. «Tomé la decisión de simplificar, lo que quería era verme guapa y estar cómoda; Laura tiene ese sexto sentido que me gusta encontrar y sabe que un vestido no es solo un tejido bonito o un diseño espectacular si después no se mueve contigo… Por eso me pedía que anduviese, que me moviera».
Hicieron un vestido de aire antiguo, femenino y con protagonismo, pero etéreo para conseguir un equilibrio con lo barroco de la iglesia, Monasterio de La Cartuja.
«Laura es súper creativa y una persona que me ha encantado conocer. Nos abrió las puertas su casa y hasta su armario». Y es que los complementos que lleva la hermana de la novia (cinturón y bolso) eran suyos. «Eran como hechos para las dos piezas que le diseñó», dice Emilia.
«Mi madre dice que cuando algo te encaja, te cae cómo debe, sin forzarlo, como un jersey cuando cae más alto en una cadera que en otra. Ella dice “que cae a su amor” y a Laura le encantó esa expresión y me lo recordó en la carta que venía junto con el vestido», cuenta la novia.
Emilia llevó unos zapatos de Bershka forrados con el mismo crepe de seda del vestido, los utilizó en una de las pruebas del vestido y Laura le dijo que se los pusiera en la boda.. Buscaba algo cerrado con un tacón especial no muy alto y, tras recorrerse todas las firmas, no dio con ninguno que le encajara.
Para las joyas, Laura Ponte le recomendó a la novia que conociese a Gabriela Mora. «Yo tenía ganas algo especial porque el vestido lo pedía. Ella es arquitecta y hace cosas con ese perfil, preciosas, nos pusimos a ver su Instagram y me enamoré», asegura Emilia. El resultado fue un conjunto de pendientes y brazalete que hacía de puño para el velo-capa. La hermana de Emilia también llevaba joyas de Gabriela Mora de la colección Fluidos.
El maquillaje fue obra de Rocío (@rogardimakeup) y el peinado de Álvaro Castillero.
Para las flores contó con María Moreno Dávila Ponce de León que le ayudó a contactar con proveedores locales.
Emilia y Antonio se casaron en el Real Monasterio de la Cartuja, en Granada. El barítono Pablo Gálvez cantó durante la ceremonia y escogió las marchas nupciales tradicionales de Wagner y Mendelson.
El chaqué de Antonio, el novio, no llegó a tiempo «y se fue con mi madre a una tienda de hombre de toda la vida y compró uno que le quedaba perfecto», cuenta Emilia. Además, la corbata y los gemelos eran de Oteyza y el reloj de IWC Portofino.
La celebración posterior fue en Viñas de Belén, sitio que inauguraron estos novios, lo que les permitió decorarlo con total libertad bajo la coordinación de la interiorista María José Andrade de Estudio Decoración Entretelas.
Utilizaron muebles del anticuario Ruiz Linares y los centros de las mesas son de la ceramista Carmen Vila. De la papelería se encargó María Trolez a partir de una ilustración de Katie Scott que le envió la novia. El catering fue Ruta del Veleta.
Para después de la comida, los novios contaban con unos mariachis que se equivocaron de sitio, pero el equipo de Hey Mickey! lo solucionó. Después tocó el Grupo Flamenco D´Arte.
Las fotos son de Couche Photo y el vídeo fue regalo de un amigo del novio que llevó a su equipo de Av Develops.
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