Casilda se casa

La boda de Clara y Fernando en L’ Empordà

Mis adoradas Nina y Carmina, del L’ Arca, me escribieron el otro día para contarme que diseñaron el vestido de una boda muy muy especial y habían insistido mucho a los novios para que me permitieran publicarla en el blog. Por casualidades de la vida, había intercambiado algunos mails con la novia, Clara, que trabaja en la comunicación de una firma de cosmética, así que la ilusión fue doble: la boda era preciosa y la novia encantadora. Como veréis, toda la boda es muy especial, me imagino, de hecho, la mía totalmente así. La mayoría de la organización fue obra de la madre de la novia, Blanca Ruiz de Villa, pintora en Tiento Mural, que organizó todo que fuera un día perfecto en su casa de L´Empurdà.

El vestido de la novia, era de L’Arca, hecho a medida a partir de un bordado Cornelly de época isabelina. Llevó en el pelo una mantilla de encaje de Granada de la familia, y en los pies unas alpargatas novias Castañer en blanco roto y dorado.

Del peinado y maquillaje de la novia se encargó Amparo Sánchez de X Artist Management (amiga personal de la novia, se conocieron trabajando). Y la bata que escogió para ese momento es de La Costa del Algodón.

El vestido de la madre de la novia, elaborado en organza estampada con amapolas pintadas por ella misma sobre la tela, fue un diseño de la firma Álvarez.

Todas las flores de la boda son obra de Francesca Mineo, especializada en rosas antiguas. De hecho, el bouquet de la novia estaba compuesto por rosas antiguas de la Edad Media como Celestial y Cuisse de Nymphe. Acompañdas también con otras como Astilbe, Nigella, Scabiosa, Matricaria, lavanda y alguna gramínea.

Para decorar, se utilizaron flores y ramajes campestres colocados de forma simple, pero elegidos por su significado. Por ejemplo, el arco de los novios, hecho con hiedra, simboliza durabilidad y eternidad; y mirtus, amor y heroicidad.

La ceremonia tuvo lugar en la iglesia románica de Santa Eugenia en el Ampordà (siglo XIII). Para tapar la deteriorada placa contigua a la puerta de entrada, se colocó una pintura sobre tela de la Santa coronada con laurel y espigas de trigo. Casi todo se realizó manualmente en casa por la familia o por amigos artistas que participaron en el montaje.

Los sombreros de la madre y abuela de la novia fueron obra de Miranda Tocados.

Toda la boda contó con mucha música en vivo. En la ceremonia tocaron dos violoncelos fragmentos de obras de Vivaldi, Tchaikovsky, Caccini y Fresch.

El novio tuvo un accidente de moto 15 días antes de la boda y le operaron 5 días antes. «Fue un campeón y todo el mundo le apoyó a tope con muchísima actitud porque, al fin y al cabo, lo importante es que nos podíamos casar», recuerda Clara, la novia.

El trayecto de la iglesia a casa se hizo por camino. Los novios en una pick up blanca adornada con ramas de olivo y un banco de jardín para sentarse. Les seguían sus amigos conduciendo motos antiguas.

Cotton Paper dirigió el diseño y la impresión de los misales, los menús, el sitting y las etiquetas de los productos locales que se sirvieron durante el almuerzo.

Los manteles para las mesas eran todos distintos. Los de flores, hechos con telas de Güell Lamadrid, y los de lino color piedra, junto con las servilletas de colores, son de Linoroom. Las mesas se distinguieron con acuarelas de animales de caza y pesca pintadas por invitadas artistas amigas de los novios.

El aperitivo estuvo ambientado con Jazz Manouche de Le Pink Tzigane. «Son grandes músicos, uno de los grupos de Gipsy Swing más reconocidos del país». Además, juglares callejeros de vocación, animaron con su espectáculo festivo haciendo bailar a todos los invitados.

Repartieron diferentes tocados campestres ideados por las propias invitadas.

El almuerzo lo sirvió Cris Catering. Y todos los postres estaban hechos con productos locales: Recuit de Fonteta con miel, mermelada de madroños de la finca Fitor e higos confitados de Can Bech. Todo acompañado de ratafía del Ampurdán elaborada a partir de una antigua receta familiar de una vecina del pueblo.

Para dar sombra durante la comida, el paisajista Ignacio Poch diseñó un cañizo de 130 metros y él mismo en encargó de montarlo con su equipo. Construido con los materiales más simples, destacó por su ligereza, belleza y adaptabilidad, serpenteando sobre la larguísima mesa para sombrearla durante el almuerzo.

Al atardecer, Álvaro, hermano de la novia, junto con su banda, todos amigos de los novios, interpretaron versiones de diferentes temas del pop. Después, siguieron pinchando En’a Events para que todos los invitados bailaran bajo una carpa tipo jaima, en color piedra, de la empresa Veleo.

Todas las fotos son de Arboix Gutierrez.

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