Casilda se casa

La vida sigue igual

Mañana se casa una de mis mejores amigas, con la que he vivido ciertas cosas que podría decir que no he compartido con nadie más. Y me tengo que acostar temprano porque me esperan las inevitables horas de chapa y pintura– que si uñas, que si pelos, que si los ojos con rímel– pero me cuesta dormir. Puedo sentir casi la misma alegría que siente ella, que está a punto de vivir uno de los días más felices de su vida, y a la vez una tremenda nostalgia. Mañana, y este previo, tienen miles de recuerdos y el regusto de una noche de fin de año, de una despedida en el aeropuerto o de una boda, al fin y al cabo.

Porque han sido muchas las noches en El Puerto, escapándonos de casa de su hermana, bailando sin fin en el Niño Perdío. Han sido muchos los lloros de rabia y de juventud, por nombres que ahora ni siquiera recordamos. Porque hubo millones de detalles de fidelidad y amistad inquebrantable (yo por mis amigas ma-to). Han sido muchos los lunes de vino blanco y cigarros simplemente para hablar y uno en concreto, que igual ella ni recuerda, metidas en un coche en la puerta de un Vips ahumadas entre cigarros mientras afuera llovía, en el que me demostró que una persona generosa es la que sabe coger al toro por los cuernos y hablar las cosas, convirtiéndose en alguien con quien supe que siempre podría contar.

Ha sido mucha la ropa que hemos compartido, los secretos, los dolores de cabeza y las mañanas de desayunos en El Brillante. Muchos los capotes que nos hemos echado, las risas flojas por coñas muy nuestras, los regaños con cariño y las llamadas eternas. Han sido muchas las veces que nos hemos buscado en un evento porque suena una canción que nos recuerda cosas, muchas las que nos hemos ayudado, con multas de por medio, y que nos hemos querido sin decírnoslo. Hemos compartido noches importantes para ella y noches importantes para mí, con las consiguientes llamadas de resaca para «desarrollar en profundidad». Noches como aquella en Candeleda, que nunca olvidaré, la que aparecimos en zapatillas en una fiesta elegantísima o la de aquel cumpleaños en el Plantío con una conversación en el baño que ahora me da risa recordar.

Nunca voy a olvidar todo aquello y sé que ella tampoco. Lo que sé es que no volverá, y que yo, que soy dramática empedernida, no puedo evitar que me invada una punzada de melancolía pensando en la suerte que he tenido de compartir con ella todas estas cosas y de tener una amiga así. Y lo que nos queda.

Mañana engalanada lloraré de alegría por verla feliz y espero que nos busquemos cuando suene esa canción que tanto bailamos en aquella época en que no sabíamos que acabaríamos viviendo un día tan especial como el de mañana.

Valor y al toro amiga.