La boda de Cristina y Pablo en El Palacio de la Rambla
«Pablo y yo nos conocimos una noche de invierno cuando unos amigos nuestros decidieron hacer de celestinos y organizar una cena de picoteo en su casa. Nos sentamos al lado y empezamos a charlar con muchísima naturalidad. Enseguida tuvimos la sensación de conocernos desde siempre y de tener muchísimo en común: Pablo es arquitecto, y yo historiadora del arte».
«Como la boda era en Úbeda me plantée maquillarme yo misma. Para ello, fui un día a Bobbi Brown de El Corte Inglés para hacerme con unos productos y fue entonces cuando conocí a Andrea. Ella me hizo una prueba con diferentes productos y el resultado, natural y favorecedor me encantó. Le propuse venir a Úbeda a maquillarme, destacaría su saber hacer, su talento y su discreción».
«El verano antes de que Pablo me pidiera matrimonio, fuimos al Museo Balenciaga en
Guetaria y me enamoré de sus patrones atemporales y sobriedad. Cuando llegó el momento de hacerme el vestido di con Sofía Delgado.
«Sofía enseguida me sacó una falda maravillosa a base de pequeños pliegues que más tarde fusionaríamos con una camisa superpuesta, todo ello en seda rústica, un tejido natural en color crudo. Gracias a Sofía y a Ana hemos vivido un proceso muy especial. Digo “hemos” porque en cuanto mi madre y mi tía conocieron sus diseños de invitada, también se decantaron por dos diseños suyos para la boda».
Llevó unos pendientes de M de Paulet y la sortija de pedida que le regaló la familia de Pablo. «En el último momento, mi madre me enseñó un colgante, una joyita que pertenecía a mi abuela y que ella le había puesto mi madre llevó el día de su boda, en esa misma casa, hace más de treinta años. Fue emocionante. De ese modo, pude llevar a mi abuela conmigo a lo largo de todo el día».
Los zapatos eran unos Chie Mihara en color crudo con punta cuadrada.
«Los niños iban de Nícoli junto con unas alpargatas que compramos este verano en Nicole Pariès, en San Juan de Luz, como guiño a nuestras raíces vasco-francesas».
«Pablo llevaba un chaqué clásico, con un chaleco al que cosimos unos botones de concha de Pontejos para darle un toque diferente. La corbata era un regalo de su madre, de Camisería Langa. Además, llevaba unos gemelos de Mikana».
«Nos casamos en la Iglesia de San Pablo en Úbeda, una de las iglesias más antiguas de la ciudad. De pequeña, cuando veníamos a pasar la Semana Santa, siempre me fijaba y entraba en ella».
«Después de la ceremonia fuimos al Palacio de la Rambla, renacentista del siglo XVI. Mantenemos un vínculo muy especial porque pertenece a mi familia desde hace mas de doce generaciones», explica la novia. A día de hoy, es un hotel de lujo de ocho habitaciones después de que su padre, arquitecto, lo restaurara y su madre y su tía lo convirtieran en hotel, manteniendo su estructura vernácula intacta así como su esencia palaciega.
«Queríamos abrir las puertas de la casa y ofrecer un almuerzo familiar e íntimo, bonito y divertido por igual. Con esta idea, distribuimos a nuestros invitados entre tres zonas clave del Palacio».
«El catering fue Mentidero de la Villa. Todo estaba perfecto, el equipo fue profesional, amable y cuidadoso». cuenta la novia
«Pablo y yo hicimos toda la papelería de la boda. De las minutas me ocupé yo misma. Para el seating plan, Pablo hizo un plano a mano mostrando las diferentes estancias del palacio y la colocación de las mesas».
«Al ser un lugar tan especial, queríamos que la decoración floral fuera lo más delicada posible para que el espacio brillara por sí mismo. Contactamos con varias artistas florales hasta que conocimos a Cristina de Aquilea».
«El mobiliario lo alquilamos en Options, la idea era conseguir un conjunto alegre, con toques de colores que se integrasen con la sobriedad del lugar».
De la música se encargó el DJ Luis Creus, de Gilca.
«La fotografía fue de Dos más en la mesa Clara y Claudio hicieron un trabajo impecable, se integraron en los preparativos y en la vida de la casa haciéndonos sentir cómodos a todos.Quisimos que nuestros invitados captaran instantes que quizás nosotros no íbamos a ver. Para ello, dejamos una Kodak en cada mesa pidiéndoles que congelaran sus momentos preferidos».